mimirelato: Estampida de regalos rotos

     La bandera estadounidense ondeaba sin cesar mientras él la observaba pensativo, sentado en las escaleras frente a la biblioteca. La gente alrededor iba y venía con prisa por la vereda frente al edificio, la mayoría atiborrados de bolsas llenas de regalos, con el sonido de los villancicos de fondo. Atardecía, y él alternaba su mirada entre la bandera y la muchedumbre, como esperando algo o a alguien. Bajó la cabeza y de repente se escuchó una detonación, seguida de gritos y alaridos de los transeúntes cercanos, mientras por la escalinata bajaba un hilo de sangre. La gente empezó a correr y a tropezarse entre sí. La cabeza de él ya no se veía entre la multitud, sino que reposaba en un charco de sangre en el piso junto a un revólver, mientras la estampida le pisoteaba el cuerpo inmóvil.

Encima del tumulto se veía un vapor iluminado por las farolas, que iban formando pequeños halos de arcoíris aquí y allá. Cercano al cuerpo, el círculo de gente rodeando la escena del crimen se hacía más amplio, y la histeria colectiva se calmó para dar paso a las miradas curiosas.

Ella se bajó del taxi a dos cuadras de la biblioteca. Corría desesperada observando entre la gente y tocando algunos hombros para después continuar buscando. Al llegar frente a la biblioteca su cara se ensombreció viendo el charco de sangre que bajaba por la escalinata. Contuvo una arcada y se tapó la cara, para después alzar la vista al cielo con los ojos llenos de lágrimas.

     Se abrió paso entre la multitud, buscándolo mientras gritaba su nombre y sollozaba. En medio de la confusión recibía golpes y rasguños por tratar de abrirse paso, cuando de repente un golpe seco en el estómago le hizo retroceder. Se dio vuelta y vio a un niño corriendo y gritando que se tropezaba con los demás al igual que con ella. Después de un rato, y luego de luchar contra la marea de gente, pudo llegar a su lado. Lo miró y se arrodilló a su lado, llorando y sollozando a la vez que le acariciaba el cabello embadurnado de sangre. Gritó su nombre una y otra vez: ¡Alan, por qué has hecho esto Alan!… mi amor, Alan…

La patrulla se estacionó frente a la biblioteca, después de abrirse paso entre la muchedumbre tocando la sirena. La gente se apartaba automáticamente al paso de los dos oficiales de policía. Al llegar al lugar, hicieron las preguntas de rigor, guardaron el arma en una bolsa plástica y tomaron notas. La ambulancia llegó a los cinco minutos, y al compás de las luces de ambos vehículos la gente empezó a dispersarse. La camilla con la bolsa negra volvía a la ambulancia empujada por dos paramédicos, dejando el charco de sangre atrás.

Los oficiales de policía la escoltaron a la patrulla con cara de tedio. Ella, con su rostro inexpresivo, caminaba arrastrando los pies. Uno de los oficiales le habló justo antes de entrar en el coche.

     —Perdone, ¿se siente bien? Sé que puede ser un momento difícil, pero tiene que acompañarnos a la estación. Necesitamos hacerle unas preguntas. ¿Era su esposo? ¿Su novio? —Se gira hacia su compañero con el ceño fruncido, gritando—: ¿Has encontrado a alguien dispuesto a testificar acerca de la escena? ¡Sigue buscando! —Se vuelve de nuevo hacia ella y pregunta—: Señorita ¿está usted bien? Podemos llamar a alguien si quiere, ¿necesita ayuda? Señorita…

     Silencio. Mirada perdida. Lágrimas en las mejillas. El oficial negó con la cabeza, mientras la ayudaba a entrar en la patrulla. Cuando el coche arrancó, tocó el hombro del policía desde el asiento trasero para entregarle un pedazo de papel. El oficial la miró extrañado un momento, para después acomodarse de nuevo en el asiento a leer la media cuartilla húmeda y arrugada. Ella se recostó del asiento, viendo a través de la ventana las decoraciones navideñas de la calle con los ojos vidriosos.

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