mimirelato: Tres minutos y cuarenta y cinco segundos
Se encontraba sola en su apartamento en el piso 12. Era la madrugada del sábado 27 de febrero de 2010 y no lograba dormir, a pesar de haber apagado la televisión temprano, contrariamente a su costumbre de ver películas hasta tarde los viernes por la noche. Estaba estrenando sus cortinas blackout, porque desde que llegó, le había molestado que el sol le diera en la cara todas las mañanas. Mientras trataba de conciliar el sueño, podía sentir en su piel el frío de las nuevas sábanas de seda que había comprado hace un par de días. Había llegado a vivir Santiago hacía poco más de una semana, y se encontraba en el proceso de comprar todo lo necesario para su nueva casa.
Desde su cama escuchaba algunos autos pasar, y el sonido apagado de una música, seguramente proveniente de una fiesta en algún edificio vecino; un reggaetón (o algo parecido) que no lograba distinguir porque es un género que no estaría jamás en su lista de reproducción. Mientras maldecía el puki puki de la música retumbando en su cabeza, sintió una pequeña sacudida; pensó que ya pasaría, había escuchado que los temblores en Chile son algo normal. El remezón se iba haciendo más fuerte y se levantó asustada. Sentía el piso temblar bajo sus pies. Por un momento entró en pánico pero se armó de valor y trató de caminar en medio del movimiento y a través de la oscuridad.
Avanzó a tientas, y se tropezó de lleno con una silla que no debía estar ahí tirada. A pesar del dolor sordo en el empeine del pie izquierdo, trató de seguir avanzando a través de la habitación. Maldijo por lo bajo las cortinas nuevas, porque no era capaz de divisar la puerta que daba al pasillo. Logró palpar una de las paredes mientras escuchaba cómo el estruendo de la tierra iba en aumento, y continuó avanzando a ciegas hasta que sintió en su mano la textura de la madera del marco de la puerta. Por un momento sintió alivio, pero en cuestión de segundos el temblor tomó fuerza. Se aferró a la estructura como pudo y cerró los ojos, mientras sentía como la puerta le lastimaba el brazo derecho en su ir y venir. Durante todo el movimiento, tuvo varias veces la sensación de que en cualquier momento el edificio se partiría en dos; escuchaba ventanas explotando a lo lejos, vidrios partiéndose en suelo, y los ensordecedores tocs tocs y tacs tacs de las puertas del closet, al ritmo del terremoto más grande que había sentido en su vida. El corazón le latía desbocado y, todavía con los ojos cerrados, rezó en su mente unos cuantos padrenuestros con sus respectivas avemarías.
Empezaba a amainar el movimiento, cuando se dio cuenta de que su entrepierna estaba mojada y caliente, y sintió un pequeño charco en sus pies descalzos. Estaba mareada por la sacudida y sentía ganas de vomitar. Cuando todo paró, abrió los ojos pero seguía sin ver nada. Se palpó los brazos y pudo sentir la sangre caliente brotando de la herida que le dejó el martilleo de la puerta.
De repente le llegó un olor a cable quemado, y temiendo mil cosas, entre ellas una explosión o el colapso del edificio, salió corriendo despavorida del apartamento. Al recorrer el pasillo sintió agua fría en los pies, y se apoyó sobre una de las paredes por miedo a resbalar. Al llegar a los ascensores, presionó el botón de llamada sin procesar lo que estaba haciendo; todo el mundo sabe que no es seguro tomar un ascensor en medio de una crisis como esa, pero ella quería llegar abajo lo más rápido posible. El edificio aún se movía un poco, como si se meciera con el viento, y mientras esperaba frente a los ascensores escuchó un estruendo, y se dio cuenta de que uno de ellos se había desplomado. Esperando que no hubiera nadie adentro y entendiendo la tontería que estuvo a punto de hacer, buscó a tientas el acceso a las escaleras, que eran exteriores. El apagón general había dejado toda la ciudad a oscuras, y al pisar el primer peldaño sintió por fin un poco de aire fresco en la cara, antes de que un tumulto de gente la arrastrara escaleras abajo. Sin saber cómo salió ilesa de esa pequeña estampida, llegó a la planta baja del edificio con un leve temblor en las piernas, y por un momento agradeció ver a gente que ni siquiera conocía. Le importó muy poco haberse orinado encima y no tener zapatos. Nunca había ansiado tanto el contacto con cualquier ser humano.
Al rato sintió otro movimiento. Una réplica. Fueron llegando las noticias de Servicio Sismológico de Chile: 8.8 en la escala de Ritcher en el epicentro, en la costa cerca de Concepción. Se sintió de 8.3 en Santiago. Pensó en su familia y en volver a casa. «¿Realmente quiero volver a casa?». Miró su teléfono, que no recuerda en absoluto como es que lo tiene consigo, y ve que no tiene señal ni internet, y le queda muy poca batería. «Tengo que conseguir un teléfono, tengo que…»
Otra réplica. Pasaban de las cuatro de la madrugada, y estaba segura de que lo que quedaba de noche iba a ser muy, muy larga.
