mimirelato: Ten cuidado con lo que deseas

     Después de un arduo día de trabajo en el campo, iba caminando de regreso a casa, a mitad de la tarde. Había pasado la mañana recogiendo el maíz de la granja de la familia Palacios, cosecha que iría a parar a grandes corporaciones de la industria de alimentos. Durante su camino, iba pensando en lo injusto del sistema y en cómo él, una persona delgada y desgarbada, siempre con su overol sucio y remendado, era sólo una ínfima parte del engranaje que movía los intereses de unos pocos afortunados.

     Iba tan ensimismado en sus pensamientos, que se distrajo y tomó un camino desconocido para él. Trató de encontrar su norte buscando los tres sauces que solían guiarlo en medio del campo, cuando se topó con un misterioso pozo, que tenía un letrero al lado en el que se podía leer: «Ten cuidado con lo que deseas». Sacó una moneda y la lanzó al pozo deseando tener mucho dinero. «El dinero es lo más importante en esta vida» pensó, sin atisbo de duda.

Siguió su camino, un poco más ubicado en medio del escampado cuando divisó los sauces, y al llegar a ellos descubrió que a los pies de uno de ellos había montones y montones de dinero. Fue corriendo a casa por una maleta y regresó a buscar los billetes, para luego ir directo al pueblo a comprar todo lo que quería. Llegó al concesionario  y quiso comprar el flamante Cadillac blanco en exhibición. El vendedor le respondió:

—Lo siento, este auto ya está vendido, pero puedo ofrecerle el doble de lo que cuesta si no insiste en comprarlo.

—¿El doble? Bien, acepto la oferta.

     Salió del establecimiento con la maleta un poco más pesada que antes, y la arrastró hasta que llegó a la tienda de electrodomésticos. Preguntó por el refrigerador más grande y moderno que tuvieran.

—Disculpe señor, pero de ese modelo no me quedan, ¿aceptaría el doble de lo que cuesta si sólo se va?

—Bueno, podría, pero…

—Aquí tiene, ¡gracias por su comprensión!

     Frustrado y cansado, volvió a casa con casi el doble del dinero que encontró. Sin entender nada de lo que pasaba, saludó a su mujer y ésta le contestó:

—Cariño, hace un rato vino un caballero que me ofreció comprar esta casa por el doble de su precio, ¡si nos vamos esta misma noche!

—¿Y qué le dijiste?

—Sería una tonta si rechazara la oferta. ¿No ves que ya estoy empacando todo? A las once entra el nuevo dueño.

—¿Y el pago?

—En el sótano. Abre la trampilla, verás que ahí está todo.

Al abrir la trampilla, su mirada se encontró con una alfombra de billetes, brillando débilmente a causa de la tenue luz de luna que se filtraba entre la bruma a través del pequeño tragaluz del sótano. Intuía que debajo había más, mucho más. Un poco nervioso, se dirige a su esposa:

—¿Y a dónde iremos a estas horas de la noche? No tenemos donde quedarnos, no tenemos nada. Lo único que tenemos son kilos y kilos de billetes, y por más que he querido, no he podido comprar nada.

—¿Iremos? ¿de qué hablas?

—Tú y yo, cariño. Tenemos mucho dinero, pero no tenemos casa, ni auto, ni comida.

—Mi amor… eres tú el que se va. Yo me quedo en esta casa, y con su nuevo dueño.

—¿Y lo que empacabas…?

—Tus cosas, cielo. Y por cierto, llévate todo ese dinero, ocupa demasiado espacio.

     A las once, salió de la casa con dos maletas y tres morrales llenos de dinero, sin saber a dónde ir, sin esposa, sin comida y sin medio de transporte, sólo arrastrando parte de aquella pesada carga y con el resto a cuestas. Sin poder creer aun lo que había sucedido, con la cara desencajada y sintiéndose desorientado, se perdió en las fauces de la noche nublada, en medio del campo.

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